Las lágrimas del Presidente, catarsis nacional

La amplitud que tenemos para hacer amigos suele ser bastante mayor que la que exhibimos cuando vamos a comprar un auto usado.Se sobreentiende: a la hora de poner un billete sobre otro no hay afectos ni simpatías que valgan y las sospechas son muchas. Es el momento en que solo imperan las rígidas normas de las razones objetivas y la conveniencia.

 Algo de eso le viene sucediendo a Mauricio Macri desde el 10 de diciembre de 2015: no para de recibir palmaditas en la espalda y buenos deseos de los gobernantes más poderosos del mundo que lo alientan a sacar adelante el país que preside. Realmente lo desean. Y esas sensaciones se acaban de ratificar de manera descomunal en la impecable realización local del G-20.

 Sin embargo, siguiendo aquella imagen inicial, cuando Macri levanta el capot del auto que pretende vender aparecen las dudas. Pistonea demasiado el motor cuando se le exige seguridad jurídica, rentabilidad, una carga impositiva razonable, un sindicalismo menos petardista y más moderno, un mercado local con saludable capacidad de consumo y un horizonte electoral previsible.

 El peligro de un país tan ciclotímico, que en cuestión de días pasa de sentirse el peor del mundo por ser incapaz de tramitar con normalidad una final deportiva al estallido futbolero e hipernarcisista del “¡¡¡Ar-gen-ti-na!!!” coreado por artistas e invitados en la gala del Teatro Colón ante los principales líderes del planeta, es que tendemos a enamorarnos demasiado de “lo que somos capaces” sin atrevernos a remover de una vez las causas profundas que nos impiden transformarnos de verdad.

 Macri lloró al final del espectáculo en el Teatro Colón 00:59

Por no entender las razones profundas del conflicto con el campo, que no era un mero reclamo de ricos terratenientes, sino también de pequeños y medianos productores, un año más tarde, en 2009, las urnas humillaron al fundador del kirchnerismo, derrotado por ¡Francisco de Narváez!, que solo tenía humildes pergaminos en la política argentina y que aún con ese triunfo luego se diluyó.

 Dos sucesos trascendentes que tocaron distintas fibras -los fastos del Bicentenario primero y el funeral de Néstor Kirchner después- aseguraron el 54% con el que Cristina Kirchner, de riguroso luto y que facilitaba un consumo subsidiado a la larga inviable, consiguió ser reelegida. A partir de allí su fuerza perdió tres elecciones consecutivas (2013, 2015 y 2017).

 Jorge Asís, quien viene resultando un muy dudoso adivinador del futuro político argentino, aplica ahora aquel razonamiento de que un buen relato visual todo lo puede. Escribió en su Twitter hace unas horas: “El macrismo va a utilizar las postales del G-20 -con el llanto presidencial- para el relanzamiento similar al festejo del Bicentenario que en su momento aireó al kirchnerismo”. Y agregó en otro de sus telegramas virtuales: “Desde el beso de la señora Juliana en el debate con Scioli que no se registra un hallazgo escenográfico de semejante magnitud. Felicitaciones”.

 Más allá de la filosa ironía del exsecretario de Cultura del menemismo, el sismógrafo de emociones nacionales (ese que se movió con el “Estamos ganando”, durante la Guerra de Malvinas, o, apenas unos meses después, con el recitado del Preámbulo de la Constitución por parte de Raúl Alfonsín) registró en estas horas un nuevo temblor (del que, podría decirse, el verdadero del conurbano fue mera alegoría).

 Las redes sociales de Mauricio Macri y de la Casa Rosada se movieron como nunca con récord de posts (47, el jueves, y 73, el viernes) y transmisiones en vivo, lo que generó que se cuadruplicara su tráfico. Notable también fue el rating inusual de la gala por la TV Pública: 17 puntos (y eso que la transmitían al mismo tiempo varios canales y sitios en la web; TN llegó a picos de 7 puntos).

 Según un sondeo de D’Alessio Idol Berensztein, un 55% de los 837 encuestados en todo el país considera que la participación de Macri en el G-20 ha sido importante contra un 45% que cree que fue intrascendente. La grieta se nota en las muy distintas expectativas que genera la llegada deinversiones: para los votantes de Cambiemos se eleva a un 56%, pero para los seguidores de Cristina Kirchner se reduce apenas a un 8%. En la nube de palabras recolectada por Jorge Giacobbe & Asociados sobre 2500 encuestados las dos que más destacan son: “importante” y “oportunidad”. Aunque en menor dimensión, las palabras negativas que más se destacan son “innecesario” e “inútil”.

 La foto en Instagram en la que se veía a Macri y Juliana Awada informalmente sentados en la escalinata de la residencia presidencial de Olivos esperando al primer ministro de Canadá, Justin Trudeau, fue la que obtuvo mayor cantidad de reacciones en el menor tiempo. La primera dama, en paralelo, fue otro foco de atención constante del periodismo y las audiencias en un plano más blando, conjugando la moda -también sumaron las acompañantes de los mandatarios extranjeros- y la cultura (con las visitas a Villa Ocampo y al Malba).

 Pero nada comparable con el “hit” impensado del G-20, el video récord que saltó del plano audiovisual y digital a las tapas de los diarios papel: la emoción del presidente Macri al término del espectáculo en el Teatro Colón.

 Sorprendieron sus lágrimas en un hombre habitualmente tan contenido en lo expresivo, pero resultaron pura catarsis no solo para él, sino también para buena parte del vasto público que lo vio en directo o en diferido. Tantas tensiones y malas noticias acumuladas por fin recibían un espaldarazo simbólico de enorme impacto. Importante: capitalizarlo, sí; engolosinarse, no.

 Volviendo a la metáfora del principio: en estos días, el Gobierno sometió a chapa y pintura los múltiples rayones y abolladuras que tenía el auto que pretende vender. Por fuera, ahora otra vez luce flamante. Es hora de ocuparse en serio del motor.

Publicado por La Nación  el 02/12/2018