Nota: El desafío de los adolescentes post-pandemia: conectados, expuestos y necesitados de nuestra escucha y presencia.

Crecieron en silencio, entre pantallas y notificaciones. Aprendieron a vivir en lo virtual, pero el mundo real aún les duele. La generación post-pandemia necesita adultos, escuelas y empresas que los escuchen y los guíen en un tiempo donde todo parece estar al alcance… y nada realmente lo está.
Crecieron cuando el mundo se detuvo. La generación de los 16 a 18 años aprendió a socializar por cámara, a estudiar sin recreo y a sostener la amistad en emojis. El celular fue su refugio, pero también su prisión. Las redes los abrazaron y los lastimaron. El bullying ya no duerme y la ludopatía digital se volvió la nueva droga virtual: promete emoción, deja vacío.
Los vemos tecnológicos, pero muchos no entienden el valor del dinero que circula en ese mundo digital. Pagan, apuestan, compran “skins” o criptomonedas sin noción de cómo manejar ese dinero que parece de mentira, pero duele igual cuando se pierde.
Nos necesitan. A los adultos, para enseñarles que la libertad también se aprende con límites. A las empresas, para ofrecerles espacios de trabajo y formación donde la salud mental valga más que la conexión permanente. A los colegios, para educar no solo en contenidos, sino en vínculos, empatía y responsabilidad . A todos los actores del sistema financiero para enseñarles en su idioma a moverse con cuidado con el dinero virtual.
Porque esta generación del encierro no perdió la capacidad de sentir: solo necesita que alguien, del otro lado de la pantalla, le devuelva la mirada y le enseñe a usar su mundo —virtual y real— sin perderse.