Las encuestas, ese nuevo paradigma de la predicción

Dr. Eduardo D’Alessio, presidente de D’Alessio IROL

Cada vez que nos acercamos a una etapa electoral en nuestra historia, comienza la profusión de publicación de encuestas y los correspondientes análisis e interpretaciones. Luego de los comicios, es frecuente que distintos medios de comunicación busquen constatar quién acertó y quién no atinó a los resultados. 

      Desde la tranquilidad de no haber participado en el análisis de la presente contienda, se observa que, mientras que la mayor parte de las encuestas que hacemos habitualmente son descriptivas de una realidad, las encuestas electorales son predictivas. Es decir, sus resultados se encuentran ampliamente condicionados por el nivel de precisión que cada entrevistado tiene respecto a lo que contesta y a lo que efectivamente decide hacer.

     Un estudio de nuestra consultora publicado hace algunos años demuestra que el 22% de los votantes deciden su preferencia en las últimas 24 horas. Incluso, un tercio de ellos resuelve dentro del mismo cuarto oscuro. Por eso, cualquier guarismo que se presente días antes a las elecciones debe ser entendido como una aproximación o un rango, útil para determinar líneas de tendencia.

       El sesgo de las encuestas electorales va mucho más allá del margen matemático de error que nos determina el número muestral. Existen sectores de la población que, por su marginalidad, son imposibles de encuestar, mientras que otros tienen temor a revelar sus preferencias frente a un desconocido.

      ¿Podríamos realizar una encuesta aleatoria perfecta? Es materialmente imposible, dado el alto costo que tendría. Por este motivo, los muestreos siempre son una aproximación hipotética a la realidad.

       Todos estos factores explican que las encuestas electorales siempre encuentran una dispersión entre los resultados y las verdaderas circunstancias. Aun cuando son efectuadas siguiendo las reglas del arte y, obviamente, con la ética inexcusable de que los guarismos publicados coincidan con aquellos que técnicamente se extraen del análisis.

         La creencia popular de que “modificando datos de la encuesta, se altera la realidad” nunca se ha podido demostrar científicamente. Si los encuestadores pudiéramos cambiar el mundo moviendo resultados, estaríamos entre los más poderosos de la tierra y, créanme, lejos estamos de semejante posición.