En los últimos tiempos, la Argentina logró posicionarse como el país más liberal de Latinoamérica, en lo que a materia sexual se refiere. Luego de la aprobación del matrimonio igualitario, los avances en salud reproductiva, la ley de educación sexual, y la creación de un marco legal para desterrar al machismo en el ámbito laboral, parecería que pocos pueden dudar de la apertura mental de los argentinos. La cultura mediática también se hace eco de esa actitud: la tele y los diarios incluyen el tema en sus agendas y en cualquier quiosco de barrio proliferan las revistas que enseñan secretos a la hora de la cama. Como si fuera poco el prime time está saturado de vedettes, strippers y bailes de caño. Pero, ¿cómo es realmente la cama en un país que se enorgullece de tanta liberación? 7 DÍAS habló con algunos de los especialistas más importantes para construir el perfil del amante local y explicar cómo cambiaron sus hábitos con el correr de los años.
Trampa
Según una encuesta reciente de la consultora D’Alessio IROL, seis de cada diez argentinos mayores de 25 años lleva una vida sexual activa con una pareja estable. A partir de los 36 años, el 20% de los que declaran tener una pareja formal también admite que mantiene, en paralelo, relaciones con un tercero. Los investigadores estiman que la cifra es superior a lo señalado, pero que sólo ese porcentaje se atreve a confesarlo. “La infidelidad siempre existió, pero como todo en la sociedad, fue cambiando sus modos”, asegura León Gindín, profesor titular de Sexualidad y Salud de la Universidad Abierta Interamericana. Y agrega: “la diferencia es que, lo que se está viendo en la actualidad, es una especie de logística para ser infiel, con complicidad del entorno. Hay revistas y sites que explican qué hacer para no ser atrapados, servicios de empresas y hoteles que garantizan la mayor discreción…, todas esas cosas nos hacen pensar que la cuestión de la infidelidad no tiene tanto que ver con el sexo como con el poder”. Al analizar el fenómeno Enrique de Rosa, psiquiatra, sexólogo y profesor titular en Neurología y Neurobiología de la UBA coincide: “Hay una especie de regocijo en el poder de engañar al otro, algo que nos hace sentir más pillos, más inteligentes. No me extrañaría que el goce real esté ahí y no tanto en dormir con otra mujer”.
Gindín observa que la llamada “cultura pirata” es algo que se da mayormente entre hombres. “Parece haber cierto placer en la narrativa, en contar lo que uno hace, a quién uno se gana y lo potente que es. Por supuesto, se cuentan muchas mentiras. Eso, además de ser muy masculino, es muy argentino”, asegura.
Las argentinas también son infieles. “Ellas son más reservadas, no festejan las salidas como una proeza, no necesitan grandes servicios de trampa ni la complicidad de su entorno. Un poco por inteligencia y otro poco porque sienten que en los hombres está más justificado ese tipo de comportamientos”, explica Gindín. La encuesta de D’Alessio IROL indica que la mayoría de los hombres de alrededor de 40 años tuvo más de una decena de amantes. El 30% de las mujeres de esa edad declara el mismo número.
Pero si tantos hombres y mujeres son infieles, la pregunta se vuelve obligatoria: ¿estamos yendo hacia una sociedad poligámica o al menos, con parejas más abiertas? “Realmente no lo creo”, afirma De Rosa, quien se apresura a explicar que “es cierto que el hecho de ser infiel no se ve como algo demasiado grave, sin embargo, a la mayoría de la gente le sigue pareciendo catastrófico que su pareja le sea infiel. No hay suficiente apertura como para soportar el mismo grado de libertad de las dos partes”. Gindín, entonces, vislumbra una alternativa posible para los argentinos: las monogamias sucesivas. “Es probable que la gente tenga más parejas exclusivas a lo largo de su vida. Tendrá relaciones monógamas de más corta duración y con más personas”, aconseja.