Estrés, un factor de riesgo como el tabaco o la presión

Científicos vincularon el efecto del estrés constante en una zona muy profunda del cerebro con un mayor riesgo cardíaco

Investigadores de la universidad norteamericana de Harvard vincularon el efecto del estrés constante en una zona muy profunda del cerebro con un mayor riesgo de padecer ataques cardíacos, y precisaron que es un factor de riesgo igual de importante que el tabaco o la presión arterial.
Tras evaluar estudios de más de 300 personas, los investigadores observaron que las que tenían más actividad en la amígdala, zona de los lóbulos temporales que procesa las emociones, podían desarrollar enfermedades cardiovasculares con más posibilidades, añade la revista científica The Lancet.
Según los investigadores, el estrés emocional estuvo siempre vinculado a un incremento de los males cardiovasculares, que afectan el corazón y los vasos sanguíneos, pero la forma en que ocurre no podía ser entendida en profundidad.
El análisis de los expertos indica que el incremento de actividad en la amígdala ayuda a explicar este vínculo.
Los investigadores sugieren que la amígdala envía señales a la médula ósea para producir más glóbulos blancos y éstos, a su vez, actúan en las arterias provocando su inflamación, causando ataques cardíacos o apoplejías.
De esta manera, esta parte profunda del cerebro, cuando está en una situación de estrés, puede anticipar problemas cardiovasculares, según los expertos, que advierten, no obstante, que hay que hacer más estudios sobre este vínculo a fin de confirmarlo.
El primero estaba centrado en el análisis del cerebro, la médula ósea, el bazo y las arterias de 293 pacientes, a los que se les siguió de cerca durante casi cuatro años para saber si desarrollaban enfermedades cardiovasculares.
Durante ese periodo de tiempo, 22 pacientes enfermaron y fueron precisamente los que tenían más actividad en la amígdala.
El segundo estudio, que evaluó a 13 pacientes, se refería al vínculo entre el estrés y la inflamación en el cuerpo.
En este caso, los expertos observaron que los que tenían más estrés padecían también más actividad en la amígdala y había más evidencia de inflamación en la sangre y las arterias. Nuestros resultados aportan una revelación única de cómo el estrés puede llevar a enfermedades cardiovasculares, dijo el autor del análisis, Ahmed Tawakol.
En Argentina, el 80% de los trabajadores dice sufre estrés laboral. De estos, la mitad lo padece de manera frecuente, diaria o semanal, según un estudio de DAlessio IROL.

Jefes tóxicos: ¿una especie en extinción?

Nota publicada el 02/01/2016 – Diario El Día (La Plata)

CLARA VILLEGAS

La noche previa a la reunión con su jefa, Victoria casi no duerme. Recuerda los nervios de cuando era niña y se acercaba un examen de matemáticas. Ella sabe muchas cosas. Sabe que desarrollar un proyecto en el ámbito público implica sacrificios. Sabe, también, que para el suyo los fondos están, por eso se rehusa a pagar los insumos con plata de su bolsillo. Sabe que, desde que se enteró de esto, su jefa hierve. Y sabe que se avecinan dos horas de regaños en las que no faltarán gritos e insultos. Entre tantas cosas, ahora sabe una más: su trabajo y su vida, serían mucho, pero mucho mejores si su jefa no fuera tan jodida.

Los jefes tóxicos como la de Victoria siempre abundaron, pero las empresas más exitosas del mundo tomaron nota de que con ellos no podían pensarse a largo plazo y empezaron a buscar otros perfiles. Capacidad de escucha, de motivación y sensibilidad son algunas de las cualidades de los líderes a los que apuntan. ¿En Argentina también?

Tipos de toxicidad

Poco ejecutivos, adictos al trabajo, indecisos, son algunas de las 15 clasificaciones que propone la bibliografía sobre el tema. Entre los peores jefes tóxicos se cuentan: el micromanager: incapaz de priorizar y delegar, está pendiente del paso a paso de la ejecución de sus órdenes; el ladrón: se queda con las ideas de los subalternos; el acosador o “buleador”, que intimida y humilla públicamente a sus empleados. La Oficina de Asesoramiento contra la Violencia Laboral atendió, desde su formación en 2005 hasta el 2012, unas 6.500 consultas. La agresión verbal es una de las tantas formas que adquiere la violencia en el trabajo.

La lista de clasificaciones sigue y una característica no es privativa de la otra. Hay algunos que son un cóctel de toxicidad. Cuando Victoria ingresó a la dependencia estatal en la que desarrolla su proyecto, imaginaba que para hoy, cinco años después, habría multiplicado sus conocimientos, sus producciones proliferarían y tendría un amplio panorama laboral. El futuro era prometedor, su jefa le inspiraba confianza. “Al principio me caía bien”, recuerda “me contaba que otros directores la dejaban de lado y ella aparecía como la víctima, por eso yo la justificaba”.

Hacer que el empleado se sienta en confianza, mostrar por él cierta predilección -más allá de su desempeño laboral-, que se conciba como un amigo, son algunas de las estrategias del “jefe colega”. Pero los amigos están en las buenas y en las malas. Cuando Victoria se cansó de repetirle las mismas consultas, y de dar con su contestador siempre que la llamaba por alguna urgencia, se dio cuenta de que no podía contar con su jefa.

En su libro Neomanagement: jefes tóxicos y sus víctimas, el psicólogo laboral Iñaki Piñuel afirma que existen solo tres tipologías. Está el Narcisista, que se adjudica los logros de su equipo. El Paranoide: desconfiado, cuestiona el trabajo y la conducta de sus colaboradores. Y el jefe Psicópata, cuyo orgullo y frialdad lo convierten en despótico y mentiroso compulsivo.

¿Exagerado? ¿Un caso en un millón? Miren esto: en el 2013 el gerente de una papelera fue condenado a indemnizar con 138 mil pesos a su secretaria porque, además de todo, le controlaba cuánto papel higiénico gastaba.

Con jefes como estos, el empleado que logra mantener la motivación es casi un héroe.

La procesión va por dentro

Hace dos años, un día de trabajo cualquiera en la vida de María podía empezar así:
-Buenos días, llamo de la agencia de noticias Blablablá y quería preguntarle si…
-Dígame, ¿cuál es su consulta?
-Quizá no se escuchó bien, quería preguntarle si es cierto que…
-No la escucho señorita, ¿podría hablar más fuerte?
No. No podía. En su primera experiencia laboral María encontró un jefe capaz de lograr que una periodista sienta miedo de preguntar. “Me daba vergüenza que mis compañeros me escucharan y pensaran ‘qué preguntas boludas que hace’”, recuerda, “siempre nos hacía sentir un poco idiotas”. Claro que la agencia de noticias no se llama Blablablá y que la novata, al igual que Victoria, en realidad tiene otro nombre, pero si esta nota incluyera nombres y apellidos, no sería esta nota.

Cuando empezó, María entraba a las nueve y salía a la una, luego se le agregó una hora más y después otra, pero en el recibo de sueldo seguían figurando las mismas cuatro horas de siempre. A decir verdad, tampoco había recibo y los $2750 que ganaba por mes eran inciertos, al igual que la procedencia del dinero: “Nada estaba claro, ni siquiera lo que tenía que hacer”, se lamenta.

La ausencia de control sobre el contenido de las tareas, las altas exigencias psicológicas –en calidad y cantidad de trabajo-, la falta de apoyo de compañeros o superiores, y la escasez de recompensas, son varios de los factores psicosociales que dañan la salud de los trabajadores. Está comprobado científicamente, según la Organización Internacional del Trabajo (OIT).

A los pocos meses de entrar en la agencia de noticias, María no podía concentrarse en otra cosa que no fuera su trabajo. “Todo el tiempo pensaba qué notas hacer y nunca me salían”, recuerda. De a poco su cuerpo le empezó a pasar factura: “Me hacía tanto problema porque sentía que todo me salía mal, y lento, que me daban anginas constantemente”.

Cuando hay un desequilibrio entre lo que se le exige al empleado y los recursos que tiene para satisfacer esa exigencia, se produce el estrés: un conjunto de reacciones emocionales, cognitivas, fisiológicas y del comportamiento ante esa demanda desmedida. Según la OIT, cuando esta situación se prolonga, aparecen enfermedades gastrointestinales, respiratorias e inmunológicas, entre otras.

Aunque María aguantaba, su cuerpo se anticipó y dijo basta. Un cuadro de amigdalitis aplastante la dejó internada durante una semana. Entre un pinchazo y otro tomó dos decisiones vitales: empezar terapia y renunciar al trabajo.

Un estudio de la consultora D´Alessio IROL realizado en el 2014 sobre 500 personas en Argentina, concluyó que ocho de cada diez sufren estrés. La edad para empezar a padecerlo descendió a 25 y gracias a esos números el país se ubica en el cuarto lugar a nivel mundial. El primer puesto es para Japón (90%), el segundo para Rusia (84%) y en el tercero queda Arabia Saudita (82%).

En el cuerpo de Victoria el estrés también hizo mella. Con su metro setenta y seis, solía pesar 58 kilos pero en los peores meses de la relación con su jefa bajó hasta los 53. “No tenía ganas de cocinarme. Dormía siestas de dos o tres horas. Buena parte del sueldo la gastaba entre el psicólogo y el psiquiatra”, recuerda.

¿Exagerado? ¿Dos casos en un millón? Miren esto: entre los años 2008 y 2009, en Francia, unos 35 empleados de France Télecom se suicidaron. En sus cartas, varios de ellos se quejaron de la presión que sufrían en el trabajo. En medio de la crisis, la empresa había implementado una reestructuración que incluía 22 mil despidos y 10 mil traslados. Cuatro años después, su presidente de entonces, Didier Lombard, fue procesado por acoso moral.

¿Jefe tóxico se nace o se hace?

Lo más probable es que quien creció pisando cabezas y ladrando órdenes no encuentre ningún dilema moral a la hora de asumir un puesto jerárquico en el que deba, antes que nada, presionar. Pero para aquellos que mantienen algunos valores, asumir ese rol no es nada fácil. Deben desarrollar estrategias de defensa.

“De manera inconsciente generamos mecanismos que nos permiten aguantar en un trabajo y hacer por propia voluntad cosas que reprobamos moralmente”, explica el psicólogo laboral Patricio Nusshold. “Una estrategia de defensa recurrente en los jefes es el cinismo viril. Bajo la lógica de la racionalidad económica se justifica buena parte de las decisiones de la dirección. Para eso es importante que ellos nieguen que eso que hacen les parece mal”, detalla Nusshold. Es una estrategia colectiva de defensa que les permite sobrevivir en su cargo. Si alguno de estos jefes asumiera en público que, por ejemplo, no le parece bien despedir empleados, los demás considerarían que no está a la altura de las circunstancias.

Hasta principios del 2000 predominaba este tipo de cuadros de mando –aunque ya desde los años ‘60 se exploraban otras formas-, y hoy se mantiene vigente en las empresas que priorizan los resultados a corto plazo. Según Soledad López, vocera de la Consultora de Recursos Humanos Adecco, los cambios sociales, políticos, económicos y tecnológicos que se dieron en las últimas décadas llevaron a modificar el capital humano de las empresas. “El nuevo modelo de líder cumple los objetivos de la organización generando el compromiso de su equipo y logrando conductas que se sostienen en el mediano y largo plazo”, explica.

¿Cuáles son los atributos de ese nuevo líder? Habilidades comunicativas y para la toma de decisiones; capacidad de aprendizaje; idoneidad para crear y guiar un cambio, aptitud para la gestión de conflictos, entre otras. Soledad López confiesa que conseguir esos perfiles en La Plata, e incluso en Argentina, es todo un desafío: “Esas competencias son difíciles de predecir en un proceso de selección”. De todos modos, tampoco es que las empresas se los sacan de las manos. “Todavía existen estructuras organizacionales rígidas y resistentes al cambio. En las organizaciones conviven líderes arraigados en modelos autocráticos donde el jefe tiene el poder absoluto sobre sus equipos”, describe la vocera de Adecco.

Pensar sin parar: cuando nuestra cabeza resulta ser el peor enemigo

Cada vez son más las personas que manifiestan insomnio, dolores musculares y de cabeza por no poder dejar de pensar en cómo resolver algún problema. La psicología y las terapias alternativas ayudan a lidiar con esta afección.

Por:

Laura Litvin

Que la mente deje de pensar sería como pedirle al corazón que deje de latir. Pensar es la función que nos define como homo sapiens, la que nos permite reflexionar, actuar, intelectualizar. Sin embargo, muchas veces pensamos sin control, la cabeza no para, se vuelve una tortura, nuestro peor enemigo. A veces hay razones concretas: problemas laborales, presiones económicas, enfermedades. Otras, no hay una causa específica; sin embargo, nuestra cabeza “rumia” y no nos deja dormir, ni descansar, ni ponernos contentos por nada. Nos enferma.
La mayoría de las personas conoce bien de qué se trata la ansiedad, y uno de sus síntomas más frecuentes es pensar, pensar, pensar. Darle vueltas al asunto, revisar una y otra vez la misma situación, una trampa sin salida atemorizante y amenazadora. Pero pensar no es reflexionar. Las personas que sufren de esta situación se sienten cansadas, sufren de insomnio, dolores articulares y contracturas, temblores, miedos, palpitaciones y, en casos agudos, ataques de pánico. La ciencia le puso un nombre: TAG o Trastorno de Ansiedad Generalizada. Distintas disciplinas abordan su tratamiento desde varios enfoques. La psicoanalista de la Fundación Estímulos, Cristina Canen (MN 8457), explica: “Cuando la cabeza no puede parar, repite una serie de pensamientos que, si bien portan diferentes trajes, siempre visten el mismo esqueleto. Conforman algo así como un bloque de palabras que no permiten ninguna grieta para la interrogación. Pensamientos que no logran anclar y dar paso a otro nuevo, sino que se compactan en la cabeza; aunque paradójicamente, la sensación sea la de un movimiento sin freno. La cabeza no para y luego de recorrer horas de insomnio vuelve a rehacer el mismo camino sin que la sopa de letras cambie el menú. Como el reflujo en los bebés, arranca una y otra vez.” UN TRASTORNO TRABABLE. Gabriela Martínez Castro es psicóloga y especialista en TAG (MN 18627), dirige el Centro de Estudios Especializados en Trastornos de Ansiedad (CEETA). Desde su perspectiva, “cuando la ansiedad supera los límites normales, comienza a ser un problema. El Trastorno por Ansiedad Generalizada afecta a más del 50% de los argentinos y en particular a los porteños; y la característica esencial es que tienen una preocupación excesiva. Quizás comprenden que algunas cuestiones no son para tanto, pero lo que no logran es controlar la preocupación. Todo esto va acompañado con sintomatologías físicas como sudoración, taquicardia, temblores, hasta en casos más graves sufren ataques de pánico. Lo que sucede es que esta gente no puede dejar de anticiparse y pensar negativamente sobre hechos que todavía están por suceder. Esto tiene recuperación con una terapia específica que se llama “cognitivo conductual”: es una terapia no convencional, se focaliza en el problema, es directiva, con tareas para hacer dentro y fuera de las sesiones y por supuesto, el tiempo de duración depende de la participación y el compromiso de cada paciente. Algunas de las tareas consisten en dimensionar en términos de probabilidad qué porcentaje hay de que algo malo suceda o no. Lo que vemos que se repite permanentemente es que las personas que sufren de este trastorno invierten los porcentajes. Pretenden tener el control total, pero eso es una utopía. En general, en el 98% de los casos que trato, lo peor que suponían que iba a pasar nunca sucede. En el tratamiento, lo que proponemos entre otras estrategias, es un stop del pensamiento. Es decir, parar el pensamiento de forma voluntaria y colocar en su lugar, con la mente en blanco, tres temas distractores, donde la cabeza tiene que estar elaborando algo, produciendo un pensamiento nuevo. No pueden ser imágenes ni recuerdos, puede ser la planificación de un viaje, la redecoración de una casa. Esto se entrena y la persona tiene herramientas para salir del pensamiento negativo.” DESDE LAS MEDICINAS ORIENTALES. Patricia María Bell dirige el Centro Armonía. Es naturópata, profesora de shiatsu, digitopuntura china y reflexología, terapeuta floral Bach, instructora de yoga, profesora en matemática y cosmografía. Desde hace muchos años se dedica al estudio y práctica de estas disciplinas. “Para las culturas orientales, el hombre está parado entre el cielo y la tierra, al igual que un árbol: los pies son las raíces, las piernas el tronco, los brazos las ramas, las manos las hojas y el rostro es la flor. Estamos permeados por las fuerzas de la tierra y del cielo. Esas electricidades cósmicas y telúricas nos impregnan. Circulan por nuestro cuerpo a través de canales que en Occidente conocemos como meridianos. Vivir en una gran ciudad, donde tenemos estímulos todo el tiempo, hace que muchas veces no respetemos los ciclos naturales y eso genera desequilibrio. Con respecto a no poder parar el pensamiento, hay una frase de los chinos, muy sintética, que dice que una persona está saludable cuando tiene la cabeza fría y los pies calientes. Si eso no sucede, es como un árbol que no tiene raíces, tambalea.” La preocupación excesiva hace trabajar más el estómago (solemos decir “tengo un nudo, o acidez, o úlcera”). Y ante esos síntomas, los médicos, en el mejor de los casos, antes de medicar, responden: “Usted piensa demasiado, está muy preocupado, salga a caminar, distráigase.” Al mismo tiempo, está el fuego del corazón, que puede contener alegría o angustia, ansiedad, desasosiego. También el hígado, que es un gran órgano metabolizador; con la cólera, el exagerado impulso, etcétera, genera calor. Cuando hay desequilibrio, ese fuego que viene del estómago, del corazón y del hígado busca salir hacia arriba y va hacia la cabeza que actúa como si fuera una chimenea. ¿Cómo se manifiesta? Desde la diagnosis oriental, el estómago en los labios y dientes superiores, el corazón en la lengua y la nariz, el hígado en los ojos, el riñón en los oídos. Los meridianos suben y bajan de la cabeza, como el cuello es angosto y también sujeto a muchas tensiones por las malas posturas, actividades intelectuales o emociones, esa “electricidad” de los meridianos en desequilibrio produce un efecto parecido a cuando enchufamos varios aparatos de un tomacorriente y se “recalientan” los cables. Esto afecta a la cabeza, que es la “computadora central”, y se manifiesta a través de síntomas o dolencias. Para aliviarlos, dice Bell, “enseño en mis talleres el autoshiatsu: shi significa dedo y atsu es presión. Se aplica digitopresión en líneas de puntos específicos, los meridianos, y se utiliza para descomprimir el cuerpo en general y restaurar la energía. La terapéutica oriental implica tratar todo el cuerpo en su integridad, pero en este caso focalizamos en la cabeza.” Nosotros tenemos varias zonas del cuerpo donde se refleja el estado del organismo completo. Esto es porque debajo de la piel tenemos corpúsculos sensoriales que registran frío, calor, tacto superficial y profundo, hay zonas del cuerpo donde hay mayor cantidad de sensores: las tres principales son el rostro, los pies y las manos. “Aquí volvemos al tema de los pies calientes y la cabeza fría como símbolo de salud. Este automasaje shiatsu o maniobras de digitopresión ayuda a aplacar el estrés y aliviar dolores y contracturas, en este caso, desde la cabeza, actúan en beneficio de todo el organismo”, cierra Bell. MUNDO LABORAL. En un trabajo realizado por la consultora D’Alessio IROL, que luego continuó la Sociedad de Medicina del Trabajo de la Provincia de Buenos Aires y se publicó en julio de 2013, sobre 500 personas, el 80% de los trabajadores del país dijo padecer estrés laboral, mientras que la mitad reveló padecer estrés frecuente, diario o semanal. Mara Diz, psicóloga especializada en clínica laboral, brinda talleres de calidad de vida y manejo del estrés. “Cada vez más, vemos gente que no puede dejar de pensar ni manejar las presiones laborales, tienen problemas de relación y dificultades para dormir.” El estrés es primo hermano de la ansiedad, porque ambos se disparan frente a una amenaza, real o no. La mente no distingue si es realidad o fantasía, el cuerpo responde como si fuera cierta. En un mundo donde cada vez hay más presión, controlar las variantes que se nos presentan se vuelve muy difícil. Las empresas se fusionan, la gente cambia de trabajo, debe aprender y capacitarse muchísimo para mantenerse en el puesto, la competencia es enorme. El tiempo se vive como compactado y veloz, prima la sensación de urgencia. El ansioso se siente arriado en un ritmo vertiginoso y esta sociedad estimula el trastorno de ansiedad. Como regla general, al ansioso se le disparó el acelerador y perdió de vista el freno, es el que aprieta cinco veces el botón del ascensor, el que mira el celular todo el tiempo a ver si le llegó un mail o un mensaje. No hay lugar para reflexionar. “El ansioso es alguien que no sabe qué hacer con el vacío. No se puede relajar, está siempre alerta, por eso tienden a ser personas con pensamientos catastróficos.” Las alternativas para superar este trastorno, según Diz, residen en desafiar esas creencias. “No se logró un objetivo en la empresa, bueno… ¿tan grave es? El cerebro, frente al estrés, responde como si estuviera amenazado por una cuestión de supervivencia, pero no todo el tiempo te va a comer el león.” La primera estrategia es poner en perspectiva, evaluar la situación en el tiempo. El 99% de las cosas no tienen la importancia que les damos. El ansioso no puede ver el presente, siempre está pensando para adelante, por eso no se banca meditar o relajarse, no sabe cómo comportarse. En el mundo laboral los ansiosos son los que hacen carrera, con un costo personal alto, pueden tener un infarto antes de los 40 años. Viven para ayer y les piden a los demás que también lo hagan. “Los síntomas más habituales que encuentro son: contracturas musculares, problemas gástricos, insomnio”, señala Diz. “Cuando tenés el 25% de tu población empresarial con problemas de este tipo, tenés un problema serio. Esto significa que tenés gente que no durmió, que está irritable y eso eleva los niveles de accidentes. Los síntomas psicológicos son que sienten que nunca van a llegar a cumplir con todo el trabajo, no pueden tener un momento de ocio, extrañan el trabajo, pierden la paciencia, creen que tendrían que tomar ansiolíticos o sufren de bloqueo mental. Y piensan, piensan, piensan. El taller permite darles las herramientas para que entiendan que pueden parar, que ellos pueden hacer algo.” « para practicar en el hogar Patricia Bell dictó en varias oportunidades en el Jardín Japonés un Taller de Autoshiatsu en cuello, cabeza y rostro. Aquí enseña cuestiones básicas: Cómo y dónde presionar: Cuando se presiona un punto de un meridiano se debe apoyar los dedos y aplastar como cuando se deja una huella digital. Al retirar, ya con este leve apoyo se activa la circulación en la zona, se oxigenan los tejidos. Metodología: Cada punto se presiona tres veces, en tres tiempos, siempre sobre el canal energético. A continuación se detallan algunos de los puntos básicos para tratar de aliviar la cabeza. El punto del entrecejo: con los dedos índices presione el punto en la raíz de la ceja y al costado del hueso de la nariz. Estire la piel hacia el entrecejo y desplace los dedos por la frente. El punto de la nuca: “es el que está justo en el huequito del pliegue que se acentúa cuando llevamos la cabeza un poco hacia atrás, entre la cabeza y el cuello, se llama “Vaso-gobernador 16” o “Puerta del Viento”. Con los dos dedos medios superpuestos, ligeramente la cabeza para atrás, haga una presión en este punto con la yema del dedo medio, en dirección al entrecejo. Retenga cinco segundos y repita de tres a cinco veces. En la coronilla: “En el tope de la cabeza, siguiendo la línea que surge desde la parte más alta de las orejas, cuando se cruza con la línea central del entrecejo a la nuca, con los dedos medios en bloque (uno sobre otro), hay un huequito, presione, retenga cinco segundos y repita de tres a cinco veces. Este es un punto que se llama “cien reuniones” y los chinos”. salir del tag Todos los especialistas consultados confluyen en soluciones similares: parar la cabeza es posible, el cerebro se reeduca para generar cambios positivos. Deportes al aire libre, ejercicios aeróbicos, caminatas y otras actividades placenteras como canto o plástica, tener un hobby, salir con amigos, meditar, hacer yoga y tener actitudes positivas frente a los momentos de estrés son algunas de las estrategias propuestas. La principal: dimensionar el problema, ponerlo en perspectiva, enfocarse en el ahora y comprender si realmente es una cuestión primordial o sólo un engaño del pensamiento. El dato Estrés Está emparentado a la ansiedad, porque ambos surgen de una amenaza, sea esta real o no.

( Información General )

Fuente: Tiempo Argentino

Cada vez más jóvenes padecen de estrés laboral

Se trata de una patología que antes afectaba a trabajadores mayores de 40 años y que ahora ya se evidencia a partir de los 25 años. La necesidad de un ascenso rápido, la aceleración de los tiempos laborales y la convivencia del trabajo con el estudio implican cargas más pesadas. Las cifras obligan a las empresas a tomar medidas para mejorar la salud de sus empleados

XIMENA CASAS Buenos Aires

El estrés laboral llega cada vez más rápido. Ya no es extraño que jóvenes menores de 30 años manifiesten este tipo de síntoma. De hecho, el 80% de los trabajadores ya padece esta enfermedad. Y la mayoría de estas personas no llegan a los 25 años de edad.
Así lo revela una investigación de la consultora D’Alessio IROL sobre 500 personas, difundida por la Sociedad de Medicina del Trabajo de Buenos Aires. El informe asegura que el 80% de los trabajadores padece estrés laboral y que la mitad lo sufre de manera frecuente, diaria o semanal. Pero, a diferencia de estudios anteriores, ahora se adelantó a 25 años la edad en la que se dispara la patología.
“En el caso de los jóvenes, hay muchos que estudian y trabajan, lo que implica una doble carga de esfuerzo. Además, los tiempos laborales se han acelerado, y pareciera que todo tiene que ser ya”, explicó Mara Diz, especialista en Factores Psicosociales en el Trabajo, de la Sociedad de Medicina del Trabajo de Buenos Aires.
La experta agregó que la necesidad de ascenso es cada vez mayor. “Antes, uno llegaba a gerente a los 40 años y hoy lo puede hacer a los 32. Conozco directores o CEOs que han llegado a esos puestos a los 37 o 38 años, lo que implica un involucramiento laboral sostenido durante mucho tiempo”, aseveró.
A modo de ejemplo, citó lo que ocurre en el sector tecnológico, donde “chicos de 25 años ocupan posiciones antes destinadas a gente con más experiencia”. La especialista realizó un estudio sobre 93 empleados y los resultados mostraron que el 68% padecía preocupaciones frecuentes; el 64% vivía pensando en tareas futuras en lugar de disfrutar el presente y el 41% sentía que no tenía tiempo suficiente para finalizar sus tareas y manifestaba una constante sensación de que no llegar nunca. “Todos, son indicadores de síntomas de ansiedad”, explicó.
La encuesta reveló además que un 60% de los trabajadores sufre de contracturas frecuentes; 59% empieza a perder rápidamente la paciencia; 58% está más impulsivo, agresivo o insatisfecho que lo usual, y el 54% padece de insomnio o duerme mal.
La consulta se realizó entre trabajadores del área financiera, pero la profesional asegura que los indicadores se repiten en todas las ramas laborales.
Según Diz, las empresas están tomando conciencia del problema. “Algunas hacen cosas aisladas, como una clase de yoga o un gimnasio, pero otras toman medidas más profundas”, dijo.
Desde el Instituto de Neurociencias Buenos Aires (Ineba), que cuenta con un servicio de medicina preventiva para empresas, destacan que las políticas de responsabilidad social corporativa deben invertir más en prevención y mejora en la calidad de los servicios médicos para el personal. “Es dispar, pero en las empresas empiezan a cuidar de la salud de sus empleados con chequeos periódicos. No hablo de la consulta en la enfermedad, sino del chequeo de alguien supuestamente sano”, destacó Horacio Vommaro, director del Área de Psiquiatría y Salud Mental de Ineba.
Otras formas de cuidado son un hábitat del trabajo más confortable; el ecoambiente y el factor humano. También influyen las relaciones dentro de la cadena de decisiones en una empresa, agregó Vommaro, quien también es presidente de la Asociación de Psiquiatras Argentinos que realizó un estudio con jóvenes psiquiatras donde se comprobó una importante prevalencia de estrés laboral.